viernes, 3 de abril de 2020

Destino Paraíso


Emma leía un libro que había cogido de la biblioteca. Al pasar la página trece, una postal apareció entre las letras entonces desplegadas.
Me gustan estas sorpresas que deparan los libros prestados...
Bueno, pues como te iba diciendo, la tarjeta mostraba una playa paradisíaca como la que aquí podéis ver. La imagen removió en Emma dulces sueños del poso del recuerdo, e hizo volar su senil imaginación.
Y me diréis: ¿Acaso tiene edad la imaginación?... tenéis razón, la imaginación está libre del paso del tiempo.
A lo que íbamos, aquel viaje con Fran, su esposo, bailó entre pensamientos agradables y emotivas sensaciones, que poblaron su mente al recordar aquellos días pretéritos. Apartó bruscamente la vista. Se arrepentía de no haber viajado más, de no haber gastado las huellas de sus pies recorriendo el mundo. Ahora, los arrastraba cansados: de la cocina al salón, del salón al dormitorio... Arañando el suelo con un tedio y una rutina callosos. La pobre mujer veía su futuro extinguirse, alargarse en una realidad sin tiempo. Una lágrima cayó del ojo derecho de Emma sobre las gafas de vista cansada, emborronando su visión de cerca. Se sentía lejos, muy lejos.
Entonces oyó una voz desde el fondo del pasillo, como un eco a su llanto, una especie de respuesta de ultratumba: "¿Vienes a la cama, Emma?". 
Hasta aquí todo normal. Pero no me ataquéis de aburrida, pues... A la mañana siguiente, como cada mañana, su hija subiría a echarle una mano con las tareas domésticas. Y le extrañaría ver encendida la luz del salón; temiendo que fuera la señal de un cerebro cansado, de esos que borran la noción de la realidad y confunde al hijo con el vecino, gritándote que estás tonta. En el recibidor, una gota de sangre le hizo pensar que quizás se trataba de algo más grave. Y un sabor áspero y amargo desgarró en forma de grito su garganta, al ver las venas cortadas en las muñecas de Emma. Una vieja postal de alguna playa lejana le llamó la atención, pues estaba firmada con su sangrienta huella dactilar. 
Y la cosa se pone interesante, porque al pasar la vista por las trémulas letras, se le abrieron los ojos como platos, quedándole desencajada la mandíbula. ¡No podía ser cierto!. La última voluntad de la vieja pedía ser enterrada en la playa que aparecía en la postal. Nadie supo nunca de qué playa se trataba.


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