jueves, 8 de octubre de 2020

La condesa

 


A Drácula se le heló la sangre cuando su novia le rompió el corazón. Esa misma noche, el conde se tomó tantos Bloody Mary, que tropezó con la tapa del sarcófago al ir a acostarse. Y se partió los dientes, más concretamente, los colmillos. 
Al día siguiente, se dio de alta en un portal de citas. Mirando los perfiles, le atrajo el de una chica gótica. Y quedaron para verse, en el cementerio. Pero ella estuvo más callada que una tumba. 
Por San Valentín, la invitó a comer patatas con ajo; no probó bocado. Se quedó muerto al abrir su regalo: un crucifijo de oro.
Ella quería casarse por la iglesia... gracias a Dios, lo hicieron por lo civil. Y se fueron a vivir al castillo de Pensilvania. Dormían en un ataúd de matrimonio, y cuando ella estaba con la regla, él gozaba el doble haciéndole el cunnilingus. Eran felices... hasta que la mujer cometió adulterio. Se acostó con el mejor amigo de su marido, el hombre lobo, que la hizo aullar de placer.
Al enterarse, el Conde Drácula le pidió a su amiga Caperucita el teléfono del cazador. Pero el muy cerdo, en vez de disparar la bala de plata al hombre lobo (como había pactado con el conde), le hincó a éste una estaca en el corazón.
La mujer del conde Drácula cobró su seguro de vida, le pagó los honorarios al cazador y se casó por la iglesia con el hombre lobo: el plan había salido a las mil maravillas.
Pero al cabo de los años, el hombre lobo sufrió de impotencia; ya no se sentía tan hombre.
Ayer fui a visitar a su mujer, y vi encima del aparador un lobo disecado. Dicen las malas lenguas que ahora anda flirteando con el hombre invisible, pero realmente nadie lo ha visto.

2 comentarios:

  1. Hola Patricia,

    Me ha gustado tu relato corto, sobretodos el doble sentido.

    Saludos,
    María.

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