viernes, 6 de diciembre de 2019

La bicicleta



Allí sigue, atada. Junto al contenedor verde. Olvidada tal vez, o esperando a que su dueño salga del trabajo y la lleve a casa. La bicicleta azul celeste de lineas clásicas, de ángulos suaves, espera a su capitán, y juntos surcarán nuevos asfaltos. Está varada a la puerta de una posible oficina, un comercio, un bar hipotético... O incluso muerta a la salida de un tanatorio. Todo es posible.
Pero la bicicleta seguirá allí por siempre jamás (no me apetece inventarme a un supuesto dueño, ni siquiera imaginarla circulando por cualquier lugar), pues ya es mía. Desde que la inmortalicé en este blog, desde que la congelé en esa foto. Si mañana pasara y no la viera, seguiría estando allí.
La he inventado yo; puede volar si me lo propongo e incluso viajar en el tiempo. Mis piernas son su motor. Esas piernas que se asientan en mi cuello y me llevan de una realidad a otra, por mundos que son sólo míos. Viajeras y soñadoras. Inconformistas y, a veces, traidoras.
El semáforo se ha puesto verde. Dejo los ensueños, ato las piernas de mi imaginación y acelero. 

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