sábado, 4 de enero de 2020

Vida bípeda





Talia no tiene edad, pues vive desde siempre. Sus ojos son el espejo del mar, dónde éste se mira  todos los días y se pregunta: ¿Soy el ser más bello de toda la tierra?. Ella insiste en que él no es de la tierra sino del agua, pero el mar no entiende de geología. Tania persigue a sus vecinos los peces, y les hace rabiar. El mar los balancea revoltoso con sus vaivenes. Del cuello de la sirena pende un colgante, símbolo de la lucha entre el cielo y la tierra: la estrella de David. El mar lo anhela en secreto.
 Era un día como cualquier otro cuando Talia siente arder su pecho y, en un acto reflejo, se arranca el amuleto y lo arroja muy lejos (el mar se ha salido con la suya). La sirena, asustada, nada hacia la orilla. "Si la estrella se vuelve incandescente...", recuerda las palabras del pescador. Su cola trasmuta en dos extremidades que no sabe utilizar; "...andarás". Se ahoga dentro del agua...
Es preciso encontrar al pescador, para poder adaptarse a su nueva condición, y también para cumplir el pacto de amor que sellaron en aquel camarote de barco. El mar la lleva hasta la orilla y se separan en un adiós, que no será para siempre.

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