viernes, 27 de diciembre de 2019



Es un joven intelectual, recién licenciado en letras. Tiene por pasatiempo acudir al lago Melindrón con un libro bajo el brazo. Allí pasa las horas, que otros de su edad gastan con los amigos, leyendo y escribiendo. Anda con Dostoyevski y ha comenzado a escribir un diario. Entre capítulo y capítulo deja vagar su mente, e incluso a veces medita sobre temas transcendentales. Cuando hace ésto, se coloca su lápìz detrás de la oreja. De esta guisa, divisa una despampanante mariposa posada sobre una amapola cercana. Queriendo verla mejor, corre tras ella. Pero tropieza, y el lápiz cae rodando hasta el agua. Se siente malhumorado, era el lápiz que le inspiró aquella historia de Indios y Americanos con que ganó el concurso. Decide comprarse otro en la Tienda de Lápices de Escritor, que habían abierto hace nada. Ante la puerta, se queda sorprendido con el cartel que reza: "No se admite dinero". Sí, le habían contado que era una tienda un poco rarita. Una vez dentro, elige el "lápiz mágico" y entrega uno de sus zapatos a cambio, pues no lleva otra cosa con que hacer el trueque. Al salir, no anda más de diez pasos cuando pisa una china. El dolor le aconseja recuperar su zapato. Tendrá que devolver el lápiz... y era mágico!!! Pero al joven se le ocurre otro modo: firma en una hoja que arranca de su diario. -Toma, un autógrafo de un famoso escritor en ciernes- dijo al tendero. Y se lo cambió por su zapato.

viernes, 20 de diciembre de 2019

La agresividad controlada



Coco jadeaba en su transportín, en el asiento trasero, mientras su dueño silbaba una canción de Sabina. Estaba desesperado por llegar -me refiero al perro, claro- y bajar del coche, para poder desahogarse.  A las doce y media vieron ondear ya en el cielo algunas gaviotas; habían llegado a su destino.
El dueño suelta a Coco y éste empieza a olfatearlo todo y a correr por la arena. Hasta que da con él; un rottweiler que monta en cólera nada más verlo. Pero el poste lo retiene. El dueño de esta fiera pasea sus atributos al aire, tostados por el sol, y el de Coco se dispone a imitarlo. Ambos  se  presentan. Al rato juegan con las olas, rozándose sus cuerpos. Los perros aguardan fuera (Coco dentro del coche). En la arena un joven se masturba ante una dama... nadie se da cuenta. Entre tantos desnudos un miembro pasa desapercibido. El joven pierde la lívido, prefiere la nocturnidad de las ciudades.
Coco se está asfixiando cuando ve aparecer a su dueño, acompañado del rottweiler y del dueño de éste. Suben todos al coche.
El sol se va apagando.
El joven de la arena se baja los pantalones ante una niña, que rompe en llanto buscando a su madre desconsoladamente.
El coche se aleja, con Coco en el maletero. 
El joven va a casa de su novia, ya han formalizado la relación. Ella anhela el beso que nunca le dará.
El rottweiler jadea en el transportín mientras su dueño silba una canción de Sabina.



sábado, 14 de diciembre de 2019

Un vuelo de muerte



Salió por la puerta de embarque, llevando la criatura consigo. El avión rumbo a su ciudad natal despegó de la isla con un retraso de dos horas. Si se demoraba mucho, la criatura no sobreviviría. Ya en el asiento del avión, con la bolsa de mano ocupando el asiento contiguo, echa un sueñecito.
Nadie sabe lo que esconde la bolsa. Ni siquiera al facturarla se dieron cuenta, pues la criatura es invisible a los rayos X. 
A mitad de vuelo la criatura se desvanece.
El avión se estrella.
Entre los fragmentos del avión no encuentran la caja negra. Es tan extraño...
Nadie sabrá jamás las causas del accidente. Y a mí me da por pensar que tuvo algo que ver la criatura...

viernes, 6 de diciembre de 2019

La bicicleta



Allí sigue, atada. Junto al contenedor verde. Olvidada tal vez, o esperando a que su dueño salga del trabajo y la lleve a casa. La bicicleta azul celeste de lineas clásicas, de ángulos suaves, espera a su capitán, y juntos surcarán nuevos asfaltos. Está varada a la puerta de una posible oficina, un comercio, un bar hipotético... O incluso muerta a la salida de un tanatorio. Todo es posible.
Pero la bicicleta seguirá allí por siempre jamás (no me apetece inventarme a un supuesto dueño, ni siquiera imaginarla circulando por cualquier lugar), pues ya es mía. Desde que la inmortalicé en este blog, desde que la congelé en esa foto. Si mañana pasara y no la viera, seguiría estando allí.
La he inventado yo; puede volar si me lo propongo e incluso viajar en el tiempo. Mis piernas son su motor. Esas piernas que se asientan en mi cuello y me llevan de una realidad a otra, por mundos que son sólo míos. Viajeras y soñadoras. Inconformistas y, a veces, traidoras.
El semáforo se ha puesto verde. Dejo los ensueños, ato las piernas de mi imaginación y acelero.