jueves, 3 de diciembre de 2020

La marca del forro

  
Serafín Hilfiger era ladrón de guante blanco y, de tanto meterlo en la lavadora, éste había amarilleado. Se encogió de hombros al lavarlo con agua caliente: los guantes, ahora amarillos, también habían encogido. Se había convertido en un ladrón de pacotilla. El detergente que usaba era de la marca blanca del Día. Serafín se vestía de negro por la noche y cometía pequeños hurtos. Tenía delito la cosa, pues siempre llevaba  ropa de marca. Su mujer se llamaba Zara, y le daba desigual que al marido no le gustara el mango, siempre se lo ponía para almorzar. Ella portaba ropa prieta de Prêt-à-porter cuando salía con sus amigas Bimba y Lola. Su hijo se llamaba Tommy Hilfiger y su perro, Coco... ¿Y Chanel?
Chanel se perfumaba con Eau de Pachuli, vestía ropas de imitación y llevaba alhajas de oro, del que cagó el moro claro, pues tenía poca plata. Era del AMPA del colegio de Tommy y acababa de entrar en el mundo del hampa de la mano de Martín Hache.
Chanel y Zara fueron al centro comercial para comprarle un detalle a la directora del centro escolar, que se llamaba Ágatha Ruiz. Y dieron en la diana al elegir una mesa de centro modelo Prada-470. En la tienda, Zara reveló a Chanel el secreto de la mujer: era atea. En Woman´s Secret le confesó que no creía en Dior, tampoco en Risto.
Tommy estudió derecho y no se torció: se convirtió en el abogado de las causas justas. Serafín se sacó las muelas del juicio. Y Vitaldent fue a juicio por blanqueo y fraude.
Bimba, Lola, Chanel, Zara y Tommy siempre van juntos a las rebajas de Enero. La Prada-470 de Ágatha Ruiz está al setenta por ciento. En cambio, Serafín va a Jean-Paul, el sastre. ¡Vaya tela!

jueves, 26 de noviembre de 2020

El príncipe de Beckelar

Maripuri fue al baile de máscaras con mucha cara. Buscó al príncipe de Beckelar por todos lados, pero éste se había ido a pillar chocolate para hacerse un porro. Maripuri llevaba un mono de cuero ajustado y unas botas de charol hasta las rodillas: iba disfrazada de "Cincuenta sombras de Grey"". Un tipo vestido de rana se hizo un corte en el dedo: le salió sangre real. Hechizada, Maripuri le dio un beso. ¡Era el príncipe! Y bailaron "El lago de los cisnes". Pero el príncipe resultó ser un patito feo al quitárse la máscara. Al dar las doce en canarias, Maripuri dio unas palmas y salió pitando. Tan precipitada bajó las escaleras de palacio, que perdió una bota. El príncipe quedó anonadado; fue de culo a hacer los cincuenta metros mariposa. Pues, despechado, se había pasado a la acera de enfrente. A partir de entonces, siempre que freía un huevo perdía aceite. Una mañana, al abrir el armario, vio colgado en él un disfraz de "Cincuenta sombras de Gay". Al otro lado de la cama estaba Maripuri como Dios la trajo al mundo, y era atea. El príncipe hizo de tripas corazón y se la comió a besos. Fue entonces, que Maripuri se convirtió en un Mario puro: inmaculado y sin mancha. El hechizo se había roto... Y quedaron hechizados con su nuevo look: un taparrabos de Tarzán que, a la chita callando, sería el rey del carnaval ese mismo año. Se casaron el día del orgullo con mucho amor propio, ajenos a las críticas. Y FELICES FUERON, QUE TRUCHA COMIERON.

jueves, 19 de noviembre de 2020

El cuento del revés

 

Caperuza Negra cruzó el bosque siguiendo el sendero más largo y escarpado; no se cruzó con el lobo. Llevaba un carro de la compra cargado hasta los topes. De detrás de un roble macizo salió el cachas del leñador y le dio un susto de muerte, pues el carro iba lleno de tabaco de estraperlo y el leñador era amigo de un carabinero. Caperuza estaba en guerra con su estado civil: quería acabar con su soltería de una vez por todas. El leñador era un maqui pacífico que siempre iba hecho una facha. El sol le daba de cara, y llevaba una camisa nueva bordada con manchas de Kétchup. A Caperuza le torturaba la declaración de amor que nunca escapó de sus labios rojos y al leñador, el viejo lobo de mar que se casó con su abuela y se quedó con toda la herencia. El leñador fue casa de ésta a llevarle una cestita con huevos de gallina feliz, leche de la vaca que ríe y suspiros de merengue.

-Nietecito, nietecito, ¡Qué boca más grande tienes! -exclamó al verlo. Y él se la comió a besos-. Hoy vino de nuevo el padre de Caperuza a pedir tu mano.

-¡Ya estamos con el cuento de siempre! -dijo el leñador.

Y es que nadie sabía de sus relaciones con el lobo, pero ya se habían prometido. Cuando éste lo abandonó por uno de los tres cerditos, el leñador se voló la tapa de los sesos. Caperuza Negra tomaba una cerveza en el bar: le sacaron una tapa de sesos en escabeche y le dieron la mala noticia. Se quedó para vestir santos. Al morir de vieja, sus bienes pasaron a manos de su única sobrina: Caperucita Roja.



jueves, 12 de noviembre de 2020

El cancionero infantil

 

Matarile tiene una vaca lechera. No es una vaca cualquiera, le da leche desnatada. ¡Ay! ¡Que vaca tan castrada! Tolón, tolón. <<¿Dónde están las llaves, Matarile?>>, le pregunta su marido José. <<En el fondo del lar>>, dice ella al salir.                                                                                                        

 El prado es pasto del fuego; no hay una sola llama, pues todas han huido despavoridas.

<<¡Hola, Don Pepito!, ¿Pasó usted ya por casa?>>, dice Matarile de camino al súper. Pepito es el veterinario del pueblo y va a casa de Matarile a examinar a la vaca, que desde que se enteró del incendio da mala leche. El animal saca un cinco pelado. <<¡Adiós, Don José!>>, se despide el veterinario.

Matarile un cencerro le ha comprado, que a la vaca le ha gustado. Se pasea por el banco y mata deudas con el pago. Tolón, tolón.

Mientras, los pajaritos cantan y las nubes se levantan. 

-¡Que sí!

-¡Que no!

Últimamente, Matarile y José discuten mucho. Será por el calor.

-¡Que llueva! ¡Que llueva!- La virgen desespera, rezando a Santa Bárbara. 

Y cae un chaparrón en medio de la estación estival, que ahoga el fuego. A la virgen se le rompió el himen en un golpe de suerte. La vaca que ríe ya da buena leche: en la quesería se la rifan. Matarile parece una muñeca, vestida de azul. José le quita la camiseta y el canesú. Se amarán en las alegrías y las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de su vida, hasta que la vaca los separe. Amen.                              

jueves, 5 de noviembre de 2020

El rompecorazones


Vio la película "Eduardo Manostijeras" y al salir del cine cortó con la novia. Su padre era afilador y su madre celestina, pues trabajaba en una agencia matrimonial. Eduardo se formó como peluquero; no tenía un pelo de tonto. Un buen día conoció a una bonita camarera que llevaba dos copas de más. Pero a él no le  importó que en vez del whisky con hielo que había pedido, le sirviera tres. Esa misma noche terminó ebrio, de amor. La invitó al cine a ver "Lo que el viento se llevó", y le faltó el aire al darle un beso de tornillo. A Eduardo se le le fue la olla, y en la quinta cita la llevó a ver un documental sobre Auschwitz. Ella, muy concentrada, echó los gases; se había comido tres platos de fabada. La relación con la chica no le olía bien, así que la dejó plantada en el parque. Ella se marchitó de pena. Al fin, Eduardo conoció al amor de su vida, al mirar detenidamente su propio reflejo en el espejo. Y se fue al cine, solo, a ver "Ghost". ¡Y es que era un fantasmón! Ocurrió que en un mal día tropezó con una piedra en el camino y se cayó, rompiéndose el corazón. Fue así como perdió su amor propio. Esa misma tarde fue al cine a ver "Titanic", quería ahogar su pena. Fue la última película de su vida.

jueves, 29 de octubre de 2020

Con la música a otra cita

 

Acudía tarde a su cita a ciegas, no veía la hora de llegar. Llevaba dos presentes para la chica: un disco de Radio Futura y un cassette de Alaska. <<¿A quién le importa lo que yo haga?>>, decía pensando en las críticas de la gente sobre su forma de buscar pareja.                                                                
No iba a la última moda: se había cardado el pelo, llevaba unas mallas naranjas del carrefour y una chupa sin gusto. Se soltó la melena, gastando un bote entero de laca; tardó una hora en peinarse. Y es que por fin iba a echar una cana al aire. Pero un viento huracanado le despeinó cuando pasaba junto a la central eólica: había gastado todas sus energías en balde.
Ella también llevaba el pelo alborotado, y las medias de color: era una chica yeyé.   
Lo suyo fue amor a primera cita. Se juraron alta fidelidad, como el tocadiscos, y grabaron su declaración de amor con un radio cassette.                  
Pero su amor no sobrevivió a la era digital. Ya no giró más el disco de Radio Futura. Y a Alaska le empezó a importar lo que pensaran de ella cuando se casó con Mario Vaquerizo: quería ganar  audiencia para su programa de televisión.
Ya nada es lo que era...
Ahora la música suena descafeinada con tanta remasterización, y los derechos de autor andan torcidos con tanta música pirata.
Por cierto, las citas a ciegas han pasado a ser propiedad del programa "First Dates" de la cuatro. Los protagonista de este relato salen en el próximo capítulo. Y no digo más, no vaya a ser que me acusen de hacer spoiler. Así que no me queda otra opción que dejar este relato sin final. FIN.

jueves, 22 de octubre de 2020

La herencia maldita


Cuando le dijo el médico que tenía piedras en el riñón, él se meó de la risa. Era un octogenario con una salud de hierro, oxidado. Tenía hongos en los pies, patatas en los calcetines y un par de huevos. O sea, que podía hacerse un revuelto. Era virgen y ateo. A sus ochenta años buscaba una novia que fuera la hostia. <<¡Dios mio!>>, exclamó la primera vez que vio a Pura. 
Pura era una prostituta que ejercía su oficio de manera semipresencial, por lo del covid-19. Practicaba las felaciones con mascarilla y en la postura del sesenta y nueve guardaba la distancia de seguridad. Además, se lubricaba con gel hidroalcohólico. 
El octogenario se tomó la viagra para poder masturbarse pensando en ella. Esa misma noche el viejo soñó que era eyaculador precoz, y de la emoción le dio un ataque al corazón; ya no despertó. 
En su testamento, Pura figura como la única heredera de todos sus bienes. Desde que se enteró se siente impotente. La pobre ha padecido un cólico nefrítico de padre y muy señor mío. Ya no remienda las patatas de sus calcetines y anda algo revuelta, pues no tiene huevos para cobrar la herencia, la muy seta. Ha envejecido mucho desde la última vez que la vi. Me dice que ha perdido la fe, y que todas las noches sueña con que vuelve a ser virgen. Para encontrar al hombre de su vida se ha inscrito en un portal de citas.
Donde hay amor hay vida.- Mahatma Gandhi.
El amor es un crimen que no puede realizarse sin cómplice.- Charles Baudelaire.
Ambición y amor son las alas delas grandes acciones.- Johann Wolfang Von Goethe
...

jueves, 15 de octubre de 2020

El mito de las estaciones


Ya llegó el Otoño jugando a hacer frío. Los bañadores se mueren de la risa:
-¡Eres patético!-, le dicen en tono seco.- Sueñas con ser invierno y no eres más que el último coletazo de la estación estival.-
Otoño es un niño muy inseguro, que no sabe si llorar o no (yo siempre llevo un paraguas en el bolso por si acaso). Él empieza el curso escolar eternamente y es el primero en estrenar la manga larga. Las hojas de cálculo, secas, crujen sobre su pupitre, junto al plumier. Y caen movidas por una ráfaga de viento: alguien dejó la ventana de Pandora abierta.
Luego está Don Abrigo, que se reirá de los bañadores y de las chaquetas finas de punto, viendo como el niño Otoño se convierte en un mozo Invierno, severo y cruel. Don Abrigo se siente importante porque el Invierno no puede pasar si él. Los Reyes Magos le han traído un frío glacial. Pero en el fondo teme a la Primavera, y por Pascua, se esconderá en el armario de la ropa de Invierno.
La joven Primavera va de la mano del Verano, que le da mucho calor y la lleva de vacaciones cada Agosto. El veintidós de Septiembre nacerá su próximo hijo; lo llamarán Otoño. 
Y tú, mi querido lector, si has caído en las redes de esta curiosa historia y quieres saber el final... pues comienza por el principio.
 

jueves, 8 de octubre de 2020

La condesa

 


A Drácula se le heló la sangre cuando su novia le rompió el corazón. Esa misma noche, el conde se tomó tantos Bloody Mary, que tropezó con la tapa del sarcófago al ir a acostarse. Y se partió los dientes, más concretamente, los colmillos. 
Al día siguiente, se dio de alta en un portal de citas. Mirando los perfiles, le atrajo el de una chica gótica. Y quedaron para verse, en el cementerio. Pero ella estuvo más callada que una tumba. 
Por San Valentín, la invitó a comer patatas con ajo; no probó bocado. Se quedó muerto al abrir su regalo: un crucifijo de oro.
Ella quería casarse por la iglesia... gracias a Dios, lo hicieron por lo civil. Y se fueron a vivir al castillo de Pensilvania. Dormían en un ataúd de matrimonio, y cuando ella estaba con la regla, él gozaba el doble haciéndole el cunnilingus. Eran felices... hasta que la mujer cometió adulterio. Se acostó con el mejor amigo de su marido, el hombre lobo, que la hizo aullar de placer.
Al enterarse, el Conde Drácula le pidió a su amiga Caperucita el teléfono del cazador. Pero el muy cerdo, en vez de disparar la bala de plata al hombre lobo (como había pactado con el conde), le hincó a éste una estaca en el corazón.
La mujer del conde Drácula cobró su seguro de vida, le pagó los honorarios al cazador y se casó por la iglesia con el hombre lobo: el plan había salido a las mil maravillas.
Pero al cabo de los años, el hombre lobo sufrió de impotencia; ya no se sentía tan hombre.
Ayer fui a visitar a su mujer, y vi encima del aparador un lobo disecado. Dicen las malas lenguas que ahora anda flirteando con el hombre invisible, pero realmente nadie lo ha visto.

miércoles, 30 de septiembre de 2020

La párvula que fui

 


La compañía severa de mi madre me dejó abandonada a los pies de la fortaleza, de ese reino que es a la vez cárcel, habitado por niños destronados que duermen sobre pupitres. Hábitos antiguos rezaban por los corredores del colegio de pago.
La mano que me empujó adentro era la de una mujer desconocida, la de una madre sin hija. Me dejó abandonada a mi suerte, en una selva de colegiales con chupete. Mis bragas mojadas y mis mocos de llanto exacerbaban a la madre superiora. 
El uniforme me provocaba urticaria, los demás infantes me daban asco y las monjas, terror. Allí estaban los altos muros, generando mi ansiedad. Yo los miraba, intentando escapar con los ojos, pero me sentía acorralada... y sola. 
Recorrí pasillos analfabetos con locos bajitos, hasta llegar a mis primeras letras: "Mi mamá me mima..."  Poco a poco, maté a ese coco que se alimenta de cuentos de niño con faltas de ortografía. Monjas maestras me abrieron las puertas a otra realidad, llaves beatas que lo abrían todo al conocimiento.
Y así olvidé el olvido de esa madre, que recordaba recoger al pedacito de su carne en la puerta del colegio cada mediodía. A veces con sorpresa de golosina, siempre con anhelo de hija. Y pinté con ceras rotas y témperas de colores su vanidad de institutriz materna. Ella colgaba mis dibujos en la nevera, orgullosa.
Han pasado muchas páginas de libro desde entonces, pero todavía recuerdo aquellas primeras, aunque todas parezcan la misma. Me gustaría confeccionar con mis manos mi propio libro, de hojas perennes, de esas que sobreviven a tantos otoños como lectores. Un regalo a tantos regalos. Y dedicárselo a aquella madre severa que un día me abandonó en la puerta de la escuela, y que ya no lo es tanto. 
Dicen que para dejar huella de tu paso por este mundo, tienes que escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo. Yo plantaré un cocotero y, a su sombra, haré frente a multitud de hojas en blanco. Pero para tener un hijo se me ha pasado el arroz.



jueves, 24 de septiembre de 2020

Jugando a ser Julia Roberts


Se abre el telón y aparece la striper obesa. Con su más de cien kilos de peso apenas puede moverse. Se sube a la barra con una grúa articulada. Viste un inocente picardías y un tanga pulguero. Contonea sensualmente sus michelines mientras suena la música. Como no puede seguir el ritmo, se sienta a descansar a mitad del número.
Trabaja en un Night Club que no obtiene muchos beneficios, y vende sus servicios a un precio regalado: es una puta precaria.
Un día se le apareció un hada madrina, y la convirtió en Pretty Woman. <<Tienes hasta media noche para seducir a un millonario>>, le dijo, cambiando su vestido de furcia por uno de alta costura, transformando su jerga barriobajera en una lengua de élite, y dándole una figura perfecta con un hechizo liposuctor. <<Si a las doce no se ha enamorado de ti ningún rico caballero, volverás a tu estado anterior>>, le advirtió. 
Y en efecto, antes de las diez, la Puticienta ya había seducido a un rico ingeniero de caminos, que la abandonó a la primera de cambio. Y la pobre tuvo que volver a hacer la calle.
Poco a poco recuperó su obesidad mórbida, aunque seguía hablando fino. 
El otro día se le apareció un hada madrina que la quiso convertir en su propia jefa. <<¡No me vengas con cuentos!>>, le espetó a la ninfa. Y de la hostia que le dio, la mandó a Disney.
Y colorín colorado, la puta ya ha reventado. 
La obesidad mórbida ha sido su FIN.

 

jueves, 17 de septiembre de 2020

Fin de carrera


Usaba jabón de lagarto y zapatos de cocodrilo, ella, más mala que una víbora y rastrera como nadie. Su artista preferida era la Veneno, y, como ella, se transformaba al subirse a un escenario. Era cantaora de flamenco (pero no canta ahora, en estos momentos está retirada del mundo del espectáculo). Un día de su juventud, al tocar las castañuelas asadas, se quemó los dedillos de la mano. Taconeaba con tacones de aguja; en un coser y cantar te bailaba una seguidilla. Los lunares de la primera bata de cola que se compró eran un punto. La peineta, con mantilla, y una flor bien plantada en la cabeza, completaban su atuendo.
<<¡Qué arte más grande miarma!>>, gritaba el técnico especialista en balística al escuchar su cante jondo. <<¡Olé, olé!>>, gritaba un fan de Marta Sánchez amante del flamenco. El espectador de la nariz prominente se tomó un chato de vino a su salud. El joven obeso brindó con un fino añejo.
Pero, a pesar de ser muy calculadora, la cantaora se quedó sin pilas: se acabó el número flamenco. Le dieron las últimas palmas un Domingo de Ramos; ocurrió un día nublado tras cantar por soleares.
Los volantes del traje de gitana la habían conducido al estrellato, y los años pusieron freno a su carrera artística, que estaba en punto muerto. 
Ahora, a la vieja gloria le canta el aliento, y tiene el baile de San Vito. En el geriátrico donde vive, entona el "malamente" de Rosalía a los enfermos de alzheimer. Pero ha perdido las ganas de vivir: ella sólo vive con ganas de perder la vida. Y es que la folclórica está deseando subir al cielo para poder cantar al lado de Camarón de la Isla. Este es el sueño de su vida... o, mejor dicho, de su muerte. Aunque dicen que la mala hierba nunca muere.

jueves, 10 de septiembre de 2020

Más de diez dedos de frente

 


Era tan cabezón que a la fuerza no le venía ningún sombrero. Antes pasaba un camello por el ojo de una aguja, que su cabeza por el cuello de un jersey. Su parto, como es natural, fue por cesárea. A su madre le dieron tantos puntos que parecía un carnet de conducir. Nació con los ojos como platos, y no pudo sostener su cabeza erguida hasta los cinco años. En el recreo del colegio, los días de mucho sol, le hacía sombra a sus compañeros. Su boca era tan grande que cuando se le cayeron los dientes de leche, el Ratoncito Pérez se cogió la baja. En su juventud, eran necesarias más de una chica juntas para traerlo de cabeza. Y de tantos granos, su cara parecía un paellero. Sus gafas graduadas eran de bucear, porque se las adaptaba con la goma, pues no había moldura que se amoldara a su rostro. El peluquero le cobraba el doble. El fotógrafo le tenía que sacar las fotos de carnet desde muy lejos, para poder pillarle toda la cara. En el cine le obligaban a sentarse en la última fila. Y, para colmo, se tuvo que comprar un coche descapotable (para poder meter la cabeza) y una almohada XXL.
Cuando tuvo hijos, se convirtió en un cabeza de familia ejemplar. Si tenía problemas, no alcanzaba a darle ni una sola vuelta a la cabeza.
Un mal día, dio una cabezada al volante, y tuvo un accidente aparatoso: se partió la crisma. En el hospital, le hicieron un electroencefalograma y provocó un apagón general. Sus lagunas de memoria parecían océanos y sufría fuertes migrañas.
Con el tiempo perdió la cabeza; pero no resultó fácil, pues hacía ésta mucho bulto. Su mujer encontró antes la aguja en un pajar ajeno: se revolcó con el vecino en su granero. Y, ¡ojo! la empotró contra la viga mientras le daba una paja.
El marido derramó muchas lágrimas, muriendo de un derrame cerebral.
Ella se sentía feliz, pues, tras enterrar a su marido, por fin levantaba cabeza.
La viuda alegre se casó en segundas nupcias con el granjero, que no tenía ni dos dedos de frente y, por eso, la volvía loca.
Dicen que con los años ella se tornó cabezona...

jueves, 3 de septiembre de 2020

Un frío que pela

 

En el museo, Frida se quedó a cuadros: habían puesto el aire acondicionado al máximo, para el arte. Y se heló. La maja se echó un chal por encima. A la entrada, había preparado un pequeño refrigerio; una monja se tomó un sorbete y se fue. Joan miró el termostato y puso el grito en el cielo; aquello era surrealista. <<Hace muncho frío>>, dijo un niño con lengua de trapo. Sonaba de fondo la música de la Madonna.
Un vecino de Guernica había aparcado su Citroën Picasso en la puerta. Se llamaba Pablo, y había venido a la capital a pasárselo bomba. Pablo era pintor de brocha gorda; botero (arreglaba botas) en su tiempo libre. Siempre iba hecho un pincel. 
Frida, junto a la escultura "El rapto de las sabinas", se quedó de piedra al ver pasar a Pablo. <<¡Qué arte!>>, pensó, mirándole de hito en hito. Y tardó en aprender a olvidarlo diecinueve días y quinientas noches.
No se sabe muy bien el porqué Pablo pasó la noche en el museo. Pero, a la mañana siguiente, se lo encontraron muerto. <<La causa ha sido la baja temperatura>>, dijeron los expertos. Al oír ésto, La Gioconda se partió de la risa.

jueves, 27 de agosto de 2020

Alicia y su conejo

 




Alicia, pensando ensimismada en su amado, deshojaba la margarita: <<Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere...>>. De repente, como salido de la nada, un conejo parlanchín le interceptó el paso.
-¡Lleva cuidado!, las margaritas las carga el diablo- le dijo el conejo.
Como si fuera lo más normal del mundo que los conejos hablaran, Alicia lo ignoró, y siguió con su quehacer, arrancando los pétalos de la flor: <<Me quiere, no me quiere, me quiere...>> Pero la última hoja blanca de la corola le dijo que NO.
-¡Miente!- exclamó ofendida, con los dedos manchados de polen.
La cuestión era que había arrasado con todas las margaritas del lugar, y ninguna le había dicho que SI.
-Yo puedo conseguir una flor que te afirme su amor, si a cambio tú me previenes de los tiros del cazador.- volvió a hablar el conejo, que no se había apartado de su lado.
-¡Trato hecho!
-Pero te advierto que corres un grave peligro en caso de que sea un amor de una noche. Puede sucederte algo terrible...
-¡¿Acaso crees que me da miedo?!- le cortó ella.
Fue así que el conejo le entregó a Alicia la margarita trucada, que dio positivo en el caprichoso test del querer. Pero mientras arrancaba el último pétalo, sucedió un fenómeno extraño: la pobre mujer envejeció cien años. 
Sobresaltada, despertó del sueño, y corrió a mirarse al espejo más próximo: seguía siendo la misma cuarentona que la noche de antes se había acostado pensando en su amor.
De camino al trabajo, pasó por el Jardín Botánico, como siempre. Pero esta vez vio allí a un hombre anuncio, disfrazado de roedor. El mensaje publicitario decía así: "Sí, quiero. AGENCIA MATRIMONIAL. ¡Follad como conejos!". Al pasar por su lado, el hombre le cucó el ojo. Llevaba una margarita prendida del disfraz. 
Aquel sueño extraño de anoche... ¿sería una premonición?
Esa misma mañana, y sin perder más tiempo, Alicia se compró un  satisfyer, y se olvidó de su amado...  y de todos los hombres.  Envejeció sola, poco a poco, sometiéndose a un lifting tras otro. Con gran placer, todas las noches le preguntaba a su conejo: ¿Por qué lo llamarán amor cuando quieren decir sexo?
Ella tenía sus prioridades en la vida.

jueves, 20 de agosto de 2020

El anillo de la señora

 


La señora bajó del tren en la tierra que media el trayecto de Alcobendas a Alcorcón. Llovía. Ella sacó de su bolsón (pues era un bolso muy grande) el paraguas, y, sin arte de magia, se protegió de la lluvia. Iba camino a la fundición que hay en aquel lugar, allí destruiría para siempre su anillo de casada.
Su marido no era ningún tesoro. Tenía el nota el hobby de coleccionar películas porno. La señora hacía todo lo posible por no verlas, pero no podía evitar que él se vistiera de elfo cuando hacían el amor. Era ésta una de las causas por las que la señora inició los trámites de separación. Ya habían programado el viaje de divorciados; irían a Aragón.
Estaba llegando a la fundición, cuando cerró el paraguas ante la puerta de una casa de empeños que vio por el camino. Y una idea le pasó por la cabeza...
La señora vendió el anillo (que se convertiría en un anillo de segunda mano), y el dinero que se sacó le vino como anillo al dedo. Pero lo fundió en dos días...
Pagó la comunidad de vecinos de su piso, situado entre dos torres. Al enterarse del retorno del rey (el del pollo frito), sacó una entrada para el próximo concierto: era la fan número uno de Ramoncín. Y con el resto del dinero pagó un viaje en el tiempo; iría al año mil ochocientos noventa y dos, para asistir al nacimiento de su escritor favorito: J.R.R. Tolkien.

jueves, 13 de agosto de 2020

El motor de mi vida

 




Dicen que mujer precavida vale por dos: ¿entonces mi marido y yo formamos un trío? Pero además tenemos un hijo, y madre no hay más que una. Y si como algunos piensan, mi pareja es mi otra mitad... ¡No me salen las cuentas!. 
Me considero una todoterreno; conduzco un 4x4 al que cada dos por tres se le pincha una rueda. Por eso siempre llevo un gato, negro. Lo compré en el chino por cuatro duros ¡qué suerte la mía!. También compré unas cadenas, de eslabones perdidos, pues no las encuentro por ninguna parte.
Mi marido es amante de la Fórmula 1, aunque yo no soy celosa. Tiene un tractor amarillo, y conduce su descapotable sólo los días de lluvia. Para ser feliz quiere un camión y un cadillac, solitario; está un poco "loquillo".
-Vamos a ir a ver el rally de Montecarlo- le digo a Carla, subiendo por el monte.
-Yo prefiero ver un reality- me dice ella.
Hija única, Carla es fan de Gran Hermano. Su marido es actor de telenovelas; el mío está sin curro, echando currículums a diestro y siniestro (total, para que no le llamen). La faena no va sobre ruedas, por eso mi marido acude a una psicóloga a que le ayude a reconducir su carrera profesional.
-Se está sacando el carnet de tráiler.
-¿De qué película?- me pregunta Carla.
Sin palabras... 
-¡Que te diviertas en el rally ese de Montecristo!- me dice.
A veces me pregunto por qué soy amiga suya...
Carla sólo usa la cabeza para llevar sombrero. Yo, que soy muy precavida, llevo una gorra de repuesto (estaban a 2x1 en el centro comercial). Hace un sol de justicia, y si no nos protegemos la cabeza perderemos el juicio. La gorra le para grande, pues mi amiga no tiene dos dedos de frente. 
Coge una hoja de periódico y se hace un gorro de papel: es licenciada en papiroflexia y tonta de capirote. Cursó másters del universo y ahora le pone enferma el doctorado. ¡Menuda pajarita está hecha!, pues se compró un Ford Fiesta sólo para irse de juerga (le hace su papel).
Yo, por mi parte, me estoy sacando una carrera a distancia (y no precisamente con mi jeep 4x4). Voy la primera. ¿Sabes...?, nunca pensé que llegaría a la universidad.
Parece que una rueda pierde aire... 
Carla insiste en soplarle mientras yo bajo del coche, para coger el gato. Se podría decir que aquí, en la cima, es una gato montés. Me araño con los matorrales... ¡Falta la rueda de repuesto! Ahora si que la hemos hecho buena. 
Dicen que mujer precavida vale por dos; en estos momentos yo me considero única.


jueves, 6 de agosto de 2020

Pecando de gula

Adán se bañó en el río, ebrio, y cuando se hizo el ahogado, sus amigos le siguieron la corriente. Por eso se secó bien al salir, no fueran a electrocutarle. Su hazaña desembocó en un mar de lágrimas, a causa de una fuerte discusión provocada por el corte de digestión
Adán se pasó por su casa a afeitarse; después iría a la barbacoa, donde había quedado con su gente para almorzar. ¿Seguirían de morros...?
Pues no,  todos los amigos pusieron la mano en el fuego por su amistad, y echaron pelillos a la mar.
Pero al sacar la carne... ¡algún chorizo había robado todas las morcillas!
Tras asarla, Adán se comió hasta la costilla de Eva. Se puso como un cerdo. <<No me extraña que esté como una vaca>>, pensó ella. <<¡La madre del cordero!>>, exclamó su hija, que era vegana. Adán regó el bacon y la panceta, y el dios Baco terminó de llenarle la panza.
Después de la comilona se tomó la pastilla del colesterol.
Eva terminó con un tocino de cielo que le supo a gloria. Después, limpió los cacharros (sobretodo la grasa quemada de las parrillas). <<Mañana quemaré grasas en el gimnasio>>, se prometió al contar las calorías ingeridas. Y es que, saltarse el régimen era un pecado poco original en ella, pues lo hacía a menudo. Luego se confesaba en la cinta de correr, ¡menuda penitencia! 
Por su parte, la hija de Adán y Eva se comió la manzana. Y se fue a una playa nudista a hacer botellón. Se trataba de una playa paradisíaca, por cierto. 
Seguía la niña una dieta macrobiótica ultra mega sana, muy rica en superalimentos. Pero sus padres la infravaloraban: <<le falta un cocido>>, pensaban literalmente. El asunto no tenía poca chicha, pues les era imposible conciliar sus comidas familiares. 
Aquella barbacoa grasienta fue la gota que colmó el vaso; la niña brindó por su independencia. Se emancipó anticipadamente, no sin antes probar a atacar a sus padres con el milagro antigrasa (la botella de Fairy). ¡Qué genio tenía la tía!
Me pregunto si cenarán juntos el día de Navidad.

jueves, 30 de julio de 2020

¡Me río de miedo!


Era una adivina tan moderna, que en vez de leer el futuro, lo escuchaba en audios. Tan chiquitita, que su bola de cristal era una canica. Tenía un consultorio muy coqueto, adornado con toda suerte de amuletos.
Una mañana, entró en su consultorio un tuerto que decía le habían echado mal de ojo. La adivina no vio claro su porvenir. Más tarde apareció un negro, que veía su futuro muy oscuro. La adivina de nuevo se quedó en blanco. Por último, acudió a ella un hombre en chanclas y con calcetines de deporte. Lo único que logró adivinar fue que se trataba de un guiri. 
Su magia blanca le estaba poniendo negra... ¡estaba perdiendo poder! Para reciclarse, hizo un curso on-line de hechizos; y aprendió a hacer queimada. Ahora, en vez de echar las cartas haría botellón. En la noche de San Juan le ardía el estómago, y se tomó un Almax.
A la mañana siguiente, la medium se cagó en todos sus muertos: tenía un espíritu aventurero encerrado en el consultorio. ¡Se subía por las paredes! La niña de Poltergeist era una santa a su lado. 
Miró en Google cómo practicar un exorcismo, pero el ordenador iba tan lento, que la llevaron los demonios.
Y se volvió loca.
Traspasó el consultorio a una gitana que echaba las cartas. Resultó ser la cartera. La empleada de correos lo transformó en un consultorio sentimental (ser alcahueta siempre había sido el sueño de su vida). Al espíritu aventurero le encontró su alma gemela; y se fueron de viaje astral.
La gitana alcahueta estaba encantada con su nuevo trabajo, sin darse cuenta que la habitación donde trabajaba estaba encantada.
Mientras, la adivina, en el manicomio, miraba los posos del café del desayuno todos los días; lo único que consiguió predecir fue el tiempo, gracias al reuma.
Al poco, ingresó en el psiquiátrico la gitana alcahueta. La causa de su locura fue la competencia desleal que le hizo la televisión con el programa "First Dates", o eso al menos creían los médicos. Pero en realidad fue el influjo del consultorio maldito, que la impulsó a invocar a cupido el día de San Valentín, y le llenó la cabeza de conjuros de amor.
El consultorio fue traspasado de nuevo, ahora convertido en un consultorio jurídico. ¡Os juro que vi entrar en él al abogado del diablo!

jueves, 23 de julio de 2020

Hasta que la muerte nos separe


En el desayuno, a Pérez se le cayó el diente de leche en el sucedáneo de café, y se quedó cortado. Tímido, jugó al ratón y al gato con Peter, que era más bueno que el pan. Ambos vivían confinados en la granja de Pepito, donde los animales eran libres. La gallina feliz últimamente no lo era tanto, pues se veía muchas patas de gallo; ¡manda huevos!
Peter tocó la campanilla y despertó al gallo, a la vaca le puso mala leche, y creo que al perro le dio mucha rabia.
La veleta ya apuntaba maneras; sin perder el norte, Pérez bebía los vientos por Peter, y viceversa. Esto era un secreto a voces en el coro de la iglesia. El cura, un pedófilo empedernido, que se cogía cada pedo con el vino que, antes de dar misa, se curaba en salud, tenía complejo de "tocólogo" (le gustaban mucho los tocamientos).
Pasados los años, Pérez y Peter abandonaron la granja de Pepito para entrar juntos al seminario.  Estudiaban mucho; y eran amantes de las lenguas muertas, sobre todo del griego. Atrás quedó el onanismo voluntario y las poluciones involuntarias; de hecho se hicieron pareja. Salieron del armario para meterse juntos en la cama. Tenían buena percha y dormían poco.  
Terminado el seminario, regresaron a la granja, ahora como dos curas protestantes. Me acuerdo que protestaban por todo: <<Que si a mi burro le duele la cabeza, que si la gallinita ciega, que si en la granja de Pepito...>> ¡Eran como niños! Con ellos, el ganado tenía el cielo ganado.
Últimamente tenían malas digestiones: eran pastores de Almax.
Pérez y Peter no entendían la existencia con pienso y, en sotana, sacaban a las ovejas al prado; ¡vaya cuadro! Un año, los pollos cogieron la gripe aviar, pero tuvieron mucha carne vacuna (una cosa compensó a la otra). Se hincharon a rezar Ave Marías.
Pasó el tiempo...
Una mañana, en el desayuno, a Pérez se le cayó la dentadura postiza en el café, y se quedó solo. Pues Peter se murió de un ataque de risa. Así se disolvió el primer matrimonio gay casado por la iglesia (y entre dos sacerdotes protestantes) de la historia. Y la granja de Pepito pasó a ser propiedad de Playmóbil. 
La vida es sólo un juego de niños... y las reglas están para romperlas.



jueves, 16 de julio de 2020

SIGLO LXI


<<Ha llamado usted al teléfono de la esperanza, ¿En qué puedo ayudarle?>>, dijo el contestador automático. Corría el año 6001, y ya por entonces la inteligencia artificial había conquistado la tierra, dominando todas las fuerzas de la naturaleza. Atrás, muy lejos, quedaba el asistente de Google, como  un mero juego de niños. 
- He perdido todas las esperanzas- dijo el humano Z-P1.
- Ha llamado usted al sitio correcto. ¿Por dónde las perdió?- preguntó el ente.
- Por el área de la salud, me han detectado un cáncer con metástasis.
- Bien, le paso con el especialista en tecnoterapia. No se retire del teléfono, por favor.
Tras una larga espera, el teléfono volvió a vibrar.
- Buenas, al habla el médico especialista en oncología. He consultado su historial. Le conectaremos al sistema de tecnoterapia el próximo lunes a las ocho de la mañana. Le rogamos puntualidad.
Pero esa voz que hablaba... ¡era la misma de antes! E idéntica a la del GPS del coche, a la del asistente de voz, a la del peso de la farmacia, a la que te recuerda que cierres la puerta después de entrar... y así podría estar hasta mañana. Esa voz de personalidad múltiple parecía no esconder a nadie detrás; y en realidad así era. 
Z-P1 cuestionaba el sistema, que con ese restringido registro vocal conseguía desorientarle. Además, no entendía muy bien la función de los humanos en una sociedad digitalizada hasta el límite, en una sociedad donde todo era tecnología... ¡salvo ellos!
La teoría conspiratoria circuló por su red neuronal, de nuevo. Así que llamó a su psiquiatra. Pero a la voz de "¿Dígame?", Z-P1 le colgó el teléfono. <<Otra vez la maldita voz artificial>>, pensó. Y, acto seguido, del dispensador de medicinas de su habitación cayó una olanzapina y medio haloperidol. Los ingirió sin necesidad de agua.
<<¿Qué sentido tendría aquel dispensador si no existiera la enfermedad humana? O un robot de cocina sin el apetito del hombre... y así con todo>>, le tranquilizó la voz de su cabeza. Pero estaba tan familiarizado con ella, que no se dio cuenta de que ya no era lo que se dice una voz humana. 
Y es que, le habían implantado células neuronales de inteligencia artificial a través del torrente sanguíneo: Z-P1 era una cobaya humana. Con este adelanto, las "nuevas tecnologías" (se habían quedado con este apodo ya desde el siglo XX) acababan de dar un paso de gigante en el área de humanología. Su objetivo era llegar al cerebro y, así, dominar al subconsciente colectivo. De esta manera se convertirían en Dios.
Z-P1 salió a la calle a tomar un poco el fresco.
<<Su tabaco, gracias>>, le dijo la máquina expendedora. Y él, cogiendo la cajetilla, le contó la historia de su cáncer de pulmón y de las esperanzas que tenía depositadas en la tecnoterapia.
Pero entonces, pasó un dron de vigilancia social, y Z-P1 cortó inmediatamente la "conversación" con la máquina de tabaco. La última vez que le vieron hablando en la calle con el ordenador de tráfico, unos robots de blanco se lo llevaron esposado al tecnopsiquiátrico.
Corría el año 6001, y apenas quedaban un centenar de habitantes humanos en la tierra, repartidos por todo el globo. El aislamiento que esto suponía había comenzado a hacer mella en la salud mental de Z-P1
Los entes electrónicos estaban sobre aviso. No se podían permitir el lujo de perder ni a uno solo de los escasos seres de estructura biológica, pues éstos eran su último vínculo físico con el origen de la vida: el único puente hacia lo que llamamos alma. Pero Z-P1 había vendido la suya al diablo. Éste también quería ser Dios. Me pregunto quién ganará la partida. 

jueves, 9 de julio de 2020

Cuestión de belleza





Con alcohol curó su última herida sentimental... a las once ya iba toda ciega. No llegó a perder el conocimiento, porque no tenía, pero estuvo a punto de un coma etílico.
Era tan fea, que cuando se hizo la reina de la pista todos los muchachos se declararon republicanos; y tuvo que bailar el tango sola.
Se casó con el más friki de todos. En su boda, en vez de arroz le tiraron cacahuetes. Todavía recuerdo aquel concurso de disfraces que ganó vestida de diario; fue una noche de Hallowen.
A los nueve meses de casada di a luz a un niño guapísimo, tanto, que se tuvo que hacer la prueba de maternidad. El niño creció sin temor al coco, pues estaba curado de espanto.
Ella era una madre muy dulce y él, un niño diabético.
El chico andaba siempre pegado a las faldas de su madre, hasta que tuvo su primer lío de faldas, y el complejo de Edipo se tornó sencillo.
Pero con el tiempo sufrió un mal de amores (por una tía buena que conoció en mala hora) y se intentó suicidar. Para ello, cogió el tarro del azúcar de su madre y se lo tragó entero. Lo que él no sabía era que su madre se había puesto a dieta y que había sustituido el azúcar por sacarina. Así que, lo único que consiguió fue una tremenda diarrea, de esas que se caga la perra. Acabó con el papel higiénico y, como consecuencia, se pasó las cartas de amor por el culo. Inspirado, escribió un poema de mierda. Con dicho poema ganó un concurso y miles de admiradoras. Convertido en un Don Juan Tenorio, se casó con la primera zorrilla que se cruzó en su camino. Tuvieron el hijo más feo de toda la humanidad.

jueves, 2 de julio de 2020

La fábula del pensamiento fabuloso



Doña Neurona ha dejado de ver la televisión; <<¡estoy hasta la coronilla de tragarme programas basura y publicidad!>>, se queja. En su lugar, se ha comprado un pensamiento (en el vivero que hay a las afueras de la ciudad) y a él dedica todo su tiempo libre.
Una abeja obrera poliniza la flor de la planta; la llaman comunista y radical (es la abeja negra de la colmena).
El pensamiento de Doña Neurona crece y se multiplica, a la vez que telecinco y sus secuaces. Está tan contenta con sus plantas que se lleva una, la más frondosa, a la junta de vecinos. Nada más ver sus flores, Doña Doctrina se encapricha de ella: <<¡pero qué planta más ideal!>>, piensa.
Al poco tiempo, y a fuerza de regalarlos, todos los vecinos tienen un pensamiento propio. Doña Neurona está orgullosa de que, gracias a sus pensamientos, la antena de televisión del edificio haya sido derrocada. Ahora impera la jardinería.
En el hueco que ha quedado en la pared al quitar la antena, se ha instalado una colmena de abejas. Pero es una colmena muy especial, pues en ella no hay reina ni zánganos.
Don Capital, el vecino del quinto, se mudará a otro edificio; cultivar pensamientos no es su fuerte, prefiere ver Gran Hermano. Además, no quiere perderse un solo partido de fútbol en casa.
Me gustaría pensar que Don Capital pertenece a una especie en vías de extinción, aunque sé que en realidad no es así, y que Doña Neurona y el resto de vecinos viven en un gueto, apartados de la sociedad de consumo. Todo por tener un pensamiento crítico... 
Yo, de momento, me voy a instalar en el piso que dejó libre Don Capital.

jueves, 25 de junio de 2020

La mar de inspirada


Hoy no me gusta lo que escribo..., estoy en uno de esos días en que tiraría la toalla. Por ese mismo motivo me bajo a la playa.
Con la brisa, Marina está encantada.
El reloj de arena se me amontona y el de sol, tiene tan mala sombra, que no hay manera de saber la hora exacta.
Veo un cangrejo ermitaño que habita en una lata de cerveza, que alguien tiró al mar. El crustáceo camina hacia adelante y anda haciendo eses.
La mar salada echa un esturión a los leones marinos, y el emperador, nada en las aguas tranquilas de Roma.
Marina se duerme en los laureles.
En un barco de remo va montado Rómulo, un viejo lobo de mar. Rómulo rema con brío, entre galeras y otros mariscos. <<¡Qué ricos con salsa César!>>, y al pensar ésto se me hace la boca agua.
Marina hace castillos de arena en el aire. Ella toma las riendas de su imaginación en el viejo barco velero, y se le forma un nudo marinero en el estómago.
Subo a mi apartamento.
La mar estaba tranquila, hasta que Neptuno monta en cólera. <<¡Al abordaje!>>, grita el dios, mientras coge un pez espada del fondo del mar. Y se forma un gran tsunami.
En la contienda naufragan los barcos; Rómulo y Marina caen al agua.
El reloj de pared da las seis en punto, cuando desde mi terraza diviso cómo el mar se traga la playa. 
Ya no volveré a tirar la toalla, pues confío en que vendrán otros "Rómulos" y "Marinas", que me guiarán cuando me llegue la noche oscura del alma. Les daré permiso para tomar el timón de mis historias, pues yo no soy buen timonel. 
Saco lápiz y papel, pongo en hora la brújula y, así, comienzo a escribir esta historia; sin perder jamás el norte

viernes, 19 de junio de 2020

Higiene política


<<Mea culpa>>, dice el político al orinar fuera de la taza. Las letrinas del parlamento están llenas de mierda. La Kelly (la que limpia) frota con brío el oloroso inodoro, como si se tratara de la lámpara de Aladino; y le entran deseos de jubilarse.
Sube los escaños como Pedro por su casa, quitándoles el polvo a corte.
La Kelly, en su anterior trabajo limpiaba iglesias, pero se le cumplió el contrato el 15M.
Ella siempre va echa una facha y no anda derecha, porque le da a la botella. Cobra en negro, pues va de luto desde que perdió a su esposo.
Otro político que mea fuera del water... <<Mea culpa>>, dice éste para sus adentros. <<Qué poco tino tienen los políticos de hoy en día>>, refunfuña la Kelly.
Ella es tan limpia que todas la elecciones vota en blanco impoluto; tan aseada que está a favor de la limpieza étnica (para serte franco, no la trago); tan pulcra que hasta purga a los leones de la entrada de las cortes. Y barre todas las esquinas del hemiciclo.
Un político facineroso que blanquea dinero se ha enamorado de ella, y le promete el oro y el moro. La Kelly se aferra al vil metal, dejando limpio al ministro (deformación profesional). Dicen las malas lenguas, haber visto a éste bajarse al moro. La fuerza de la ley le obliga a pasar un control antidrogas, haciéndole un análisis de orina... y mea culpa.

viernes, 12 de junio de 2020

El cocinitas






Carlos "el ermitaño" asó los churros para el desayuno y, calentándose bastante el tarro, frió el chocolate; era su primera vez en la cocina. Le costó familiarizarse con el extractor, así que al principio echó humo por las orejas. Hacía mucho calor, y se peleó con la vitrocerámica hasta hervirle la sangre. Prepararía la comida...
Siguiendo la receta, cortó la zanahoria a dados, y le salió tres veces el seis. Además, se rayó con el queso; dudaba entre el parmesano y el reggiano. El tomate conservaba todas sus propiedades, en la lata. Su mujer con él conversaba, dándole la lata.
Despistado, Carlos metió una cacerola de hojalata en el microondas. Y tuvo lugar un pequeño Big Bang en la cocina. El cazo se llenó de una materia oscura, y en los azulejos se abrió un gran agujero negro. Los daños eran relativos en aquel reducido espacio-tiempo entre fogones.
Entonces, su mujer tomó la sartén por el mango, tocándole los huevos: <<Quiero una cocina nueva>>, insistía.
Carlos no pudo soportar la presión y se le fue la olla. Para postre, su hijo puso la guinda al pastel, llorando como una magdalena.
La camisa de fuerza denota la gravedad del asunto. Dos enfermeros atan a Carlos y se lo llevan en volandas. 
En el hospital, el trabajador social trata el tema de la reinserción laboral, y propone unos cursos de formación. Entre pinchazo y pinchazo de olanzapina, Carlos se sacará el título de pinche de cocina.



viernes, 5 de junio de 2020

¡Pasen y vean, señores!


Era un circo tan pequeño, que en lugar de pistas tenía indicios. La carpa, a pesar de estar recubierta con pez negra, goteaba los días de lluvia. Y el trapecio se elevaba a tan poca altura, que no era necesario el uso de red. Los espectadores se sentaban apretados en las gradas, compradas en IKEA.
Cuentan que el antiguo domador había muerto por accidente laboral, ¡imagínense! El mago fue su amante hasta el día de su desaparición. Éste, había formado parte de una comuna hippie de funambulistas veganos, y al payaso no le hacía ninguna gracia, pues era un payaso de derechas.
En resumen, que el espectáculo del mago había perdido toda la magia. Un día, sacó una paloma de un pañuelo con los colores del arcoiris, mientras sonaba la música de Queen. Un espectador homófobo disparó a la paloma, dejándola coja.
Aunque el número estrella era el de la mujer barbuda con sus siete enanos. En realidad se trataba de un hombre transexual sin afeitar, que se hacía llamar blancanieves.
No corrían días de pan y circo; se acabó la función. Así que, los nómadas circenses se volvieron sedentarios, colocándose en empleos de poca monta. Fue así que la mujer barbuda se metió a drag-queen en un garito de mala muerte. Motivado por su palomo cojo, el mago se aficionó a la colombofilia. Todos andaban enterados de la carrera política del payaso: por fin era un auténtico payaso. No tuvo tanta suerte el equilibrista, que perdió el equilibrio emocional. Los tigres andan sueltos por el safari de Elche. Y el domador se fue con unos gitanos, de esos que hacen el número de la escalera y la cabra; empezó desde abajo, pasando el platillo.
Puedo asegurar que todos fueron felices y cometieron deslices. Lo triste es que la palabra "circo" haya quedado obsoleta, y que los payasos salgan únicamente en el Club de la Comedia.

viernes, 29 de mayo de 2020

Todo queda en casa


Moisés veía la película "Los doce mandamientos" mientras hacía los deberes que le habían mandado en el colegio, en la página doce. Amaba la televisión por encima de todas las cosas. Sus padres estaban en el trabajo...
Ambos trabajaban en la central nuclear. Eran una pareja con mucha energía y su núcleo familiar estaba muy unido. Los había casado virtualmente, por videoconferencia, un cura muy moderno que colgaba sus misas en YouTube. En lugar del "sí, quiero", se dieron el "me gusta". La ceremonia tuvo muchos seguidores y se hizo viral. Nueve meses después nació Moisés. Su padre grabó el parto con su iPhone y lo publicó en facebook. <<Sin comentarios>>.
Pues como iba diciendo, Moisés estaba embobado con la televisión cuando se apagó, de repente, sola. No fue cosa de brujería ni de fusibles, es que su madre había usado el control remoto desde su teléfono móvil. Ejercía así su maternidad, telemáticamente. Desde el móvil pudo ver el gesto de disgusto de su hijo, transmitido desde la cámara de vigilancia del salón. Moisés no tenía escapatoria en esa casa tan de última generación.
La casa reguló su propia temperatura (sin necesidad de termostato) y encendió las luces al esconderse el sol; tenía una gran inteligencia artificial.
El robot de cocina, programado, se puso en marcha a la hora en punto: pronto estaría lista la cena.
La rumba bailaba, muy flamenca, entre las patas de la mesa, aspirando a recoger todo el polvo.
El hilo musical, que en un coser y cantar ponía voz a toda la casa, sonaba suave.
Nada hacía presagiar el triste final.
Pero sucedió a mitad de la noche, que un gran estruendo de pitos y bocinas irrumpió por toda la casa: había saltado la alarma contra incendios, la alarma antirrobo y hasta la del despertador, todas a una. Y las luces parecían las de una discoteca. 
No cabía duda: la casa domótica se había vuelto loca. No quedó más remedio que desconectarla. 
Ahora viven en una casa de antigua construcción, y Moisés ve la televisión mientras hace los deberes de tecnología, sin restricción. A pesar de esta ventaja, echa de menos su antigua casa.



viernes, 22 de mayo de 2020

Confesiones de una pecadora


En esa sutil frontera que separa la infancia de la adolescencia, nosotras ya entrábamos en la discoteca. Nos colábamos sin pagar (y sin enseñar el carnet), porque teníamos amistad con el portero. Bajando unas escaleras sucias de vicio y con luces de neón, entrábamos al Edén.
No recuerdo la música que pinchara el disc-jockey, nunca le presté mucha atención; tampoco si bailábamos o no. Sólo sé que me asustaban la ginebra y el tabaco, y a mis amigas no. Una de ellas, la más promiscua, se escondía en la cabina del disc-jockey y jugaban a juegos prohibidos. Yo, en mi inocencia, me preguntaba a qué sabrían los besos. Del fondo, de detrás de unas cortinas, surgían algunas parejas, que dejaban atrás un reservado de oscuridad misteriosa que aún no me provocaba morbo.
Pero llegó el día en que el portero nos prohibió la entrada; <<se ha puesto dura la ley, se excusó>>. Quizás tuviera algo que ver que mi amiga había "cortado" con el disc-jockey.
No eché de menos las tardes de discoteca, tan aburridas, sin golosinas ni juegos, hasta que me llegó la edad del pavo. Ahora, con la menopausia pisándome los talones, recuerdo mis días de drogas, sexo y rock and roll.
No me arrepiento de nada de lo que hice; o tal vez si. Fueron años desenfrenados a los que la madurez puso freno. Tras ellos, días de facturas y letras de hipoteca me bajaron a la tierra. Pero prefiero ser fruta madura, a pesar de todo.
Hoy pasé ante la persiana echada del Edén; son otros tiempos. No he podido evitar preguntarme: ¿Dónde echan a perder su inocencia los niños de hoy en día? Claro está, que la inocencia de ahora está hecha de otra pasta. <<Quizás tengan algo que ver las nuevas tecnologías...>>. ¡Qué manía tienen algunos de echar la culpa de todo a los "aparatitos"!. Yo me decanto a favor del progreso caiga quien caiga. Es la lucha por la supervivencia en una era digital, y nuestros hijos son el futuro.

viernes, 15 de mayo de 2020

Lo que el peso se llevó


<<Me entra amnesia cuando intento recordar la última vez que fui al gimnasio>>: este es el primer pensamiento que me viene a la cabeza al despertar. Tras tomar una ducha, bajo a desayunar. Mi marido me besa en las comisuras de los labios, y yo mesuro la comida del almuerzo. Él dice que sólo pienso en comer..., es tan dulce... ¡me lo como a besos!.
A este paso, llegará el día en que cada uno de mis kilos pese más de mil gramos. La báscula me insulta y me monta el número, que pasa de cien, cada vez que me subo a ella. Y he de confesar que tengo una relación estrecha con la ropa.
Al salir de casa para ir al trabajo, resbalo con una piel de plátano; <<Algún cerdo debió tirarla (menuda pocilga de escalera), como me entere quien ha sido le hago picadillo>>.
Trabajo como dibujante de cómics, me esmero al rellenar los bocadillos de las viñetas, y mi marido es chef de un restaurante de lujo. Nos conocimos en un buffet libre... ¡Qué romántico!. Siempre ha sido un hombre con pasta. Hay gente que piensa que le falta un cocido, y las malas lenguas dicen que le comí el tarro; pero yo los mando a todos a freír espárragos.
En el trabajo me como un marrón muy grande, y vuelvo a casa tremendamente agotada. Mi marido no ha preparado la cena, "en casa del herrero cuchara de palo". Su restaurante viene en la guía Michelín, yo me voy con mi michelín al restaurante, a ese de la esquina, a cenar chicharrones. Para mí todos los restaurantes son de comida rápida, porque como muy deprisa. 
Cuando vuelo a casa me hace el amor; anda listo mi marido si se lo tengo que hacer yo. No es por falta de líbido ni nada por el estilo, es sólo que no soy amante del esfuerzo físico. La última vez que fui al gimnasio hice el pino sentada, y puse a Dios por testigo que nunca más volvería a pasar cansancio.
Me llamo Escarlata y ésta es mi historia; soy adicta a la comida y sedentaria.

viernes, 8 de mayo de 2020

El pequeño comercio


La vieja bajó a la tienda de ultramarinos, vestida con su traje azul marino ultramoderno; pues es una anciana Ye Yé.  Al entrar, ve que la cajera está más frita que una papa. Y es que la dueña le obliga a madrugar para reponer los huevos de las gallinas, así que, se levanta antes que cante el gallo. 
Últimamente, la caja registradora sólo registra telarañas. Hace días que la cinta transportadora corre desnuda, sin cesar, y que el sensor de movimiento, en la puerta corredera, anda parado. Para colmo, en el parking no hay más coche que el de la basura; está vaciando el contenedor que contiene danones caducados, leche agria y algo así como una balsa de aceite. En la sección de congelados, el pulpo ha cobrado vida; pero la cajera aún no ha cobrado el último mes. Los embutidos están amontonados en la cámara frigorífica: los salchichones se dan coscorrones contra la pared y los chorizos de Cantimpalo roban espacio a los quesos curados, que enferman cada día por falta de higiene. Las únicas patatas son las de los calcetines y en la trastienda se podrían criar champiñones. En el bote de propinas sólo hay unas cuantas pesetas y el cristal del escaparate se ha vuelto traslúcido.
Hay un cartel que reza: "Se traspasa". Pero nadie traspasa la puerta, salvo la vieja. A ésta le gustan el moho, el pan duro y las papas blandas. La noche de antes, pone los frutos secos en remojo. Y nunca conduce el carro de la compra, pues según ella tendría que sacarse el carnet. En su lugar, usa una cesta de mimbre. 
Esta vez, la llenó de latas de conserva (conserva muchas, intactas, en la despensa) y pagó con un billete de doscientos. Pero la cajera no tiene cambio, y lo apunta en la lista de la vieja, que ya suma ciento cincuenta euros (¡sólo faltan cincuenta para cobrar el billete!).
Al salir la vieja, a la dueña le entra la mala leche y a la cajera, sueño. Es un negocio de mala muerte que se llevará a la tumba, una pesadilla. Sólo entonces la cajera quedará libre y podrá ser una cajera de verdad, empleada del Mercadona, y ya no volverá a reponer huevos ni a dormirse en su puesto de trabajo.
Y es que las tiendas de ultramarinos tienen los días contados, por mucho que nos digan que compremos en el pequeño comercio.

viernes, 1 de mayo de 2020

Latin lover


Nací bajo el signo de sagitario. Sí, me considero un gran centauro cazando amores de una noche, pero no creo en horóscopos ni otros cuentos chinos. Salvo los que me cuenta el dueño del restaurante que hay en la esquina de mi casa (hace unos rollos de primavera que están de vicio).
Yo busco un rollo de verano, en este chiringuito de la playa. Los granos de arena compiten con los de arroz, en mi boca. Devoro el menú del día. Los guiris de la mesa de al lado arman un guirigay de miedo, parecen guiris gays. En la barra diviso a una joven inglesa que lleva las ingles sin depilar, y me acerco a ella, a ver si me la ligo. << No sé ni papa de inglés, pienso mientras le ofrezco una papa>>.
 -¡Chips!, dice ella. ¡Tiene chispa la muy cachonda...!
Nos liamos la toalla a la cabeza y acabamos bajo las mantas.
Y al día siguiente: "si te he visto no me acuerdo". Por cierto, no me acuerdo dónde puse anoche las llaves. Mientras estoy en el fondo del mar, oigo cantos de sirena; es la ambulancia. Voy a la deriva...
Nací un ocho de diciembre. Soy de naturaleza positiva y de cualidad mutable, dice el zodíaco. Yo me considero simplemente un Don Juan optimista, que juega con las flechas de cupido y ama los amores de barra. No hay ligue que se me resista. Terminaré por ser el novio la muerte; será mi última conquista.

viernes, 24 de abril de 2020

Aquellos maravillosos ochenta


Heidi vivía  feliz en una casa cerca de El Prado. Su abuelo pensaba que la nieta era la oveja negra de la familia y Pedro, su mejor amigo, consideraba que estaba más loca que una cabra. 《Abuelito, dime tú por qué yo soy tan feliz, inquiría Heidi, un, dos, tres veces al día》. 
Una mañana cubierta de niebla, Heidi sacó a pasear a su perro. Llevaban dando la vuelta al barrio ochenta días y aún se perdía dentro del laberinto, pues le parecían todas iguales las calles de su nueva ciudad. Le exasperaban los diminutos, los apestosos "regalos" que algún paseante de perro eludía recoger; unos regalos de mierda. Pero ese día, ella misma había olvidado las bolsas en casa. 《Los problemas crecen, pensó》.
Era un día cualquiera de un verano azul. La vieja Maya, bajo el sol, leía el futuro en su bola de cristal, sin licencia, para matar el tiempo. Heidi vio pasar a Marco en su coche fantástico que, haciendo un derrape en forma de "V", se paró ante el puesto de adivinación de la muy largartona. Pero la presencia del inspector Gadget paseando por la acera de enfrente, impidió que Maya viera el porvenir de Marco en la bola; era un trabajo ilegal. Heidi, al ver al inspector, le puso precipitadamente el bozal a su perro pipi y la correa de calzas largas, como mandaba la ley, pues era un perro peligroso y patán. Maya escondió la bola de cristal, y simuló tomar el sol sin ánimo de lucro, saludando al inspector con la mano (jamás la pillaría con las manos en la masa). 
Marco cogió la autopista hacia "El Cielo", que era el complejo residencial de moda de aquellos maravillosos años. Pasaría a buscar a su madre y le llevaría las maletas hasta el barco, que zarparía rumbo a un pueblo italiano, al pie de la montaña.
En resumen...
En un país technicolor había una vieja bajo el sol, que fue famosa en el lugar por los males de ojo que solía echar.
En una acera de un planeta imaginario, el perro de la niña Heidi dejó un pestilente regalo.
En esta historia interminable, Marco no logró nunca encontrar a su madre.
Y  en esta narración, yo hago un guiño a una infancia llena de televisión.

viernes, 17 de abril de 2020

Parábola


<<¡Levántate y anda!, dijo Jesús Delgado a su gruesa mujer>>. Y caminaron sobre las aguas del sendero (pues había diluviado horas antes), por entre los olivos. El matrimonio salía todas las madrugadas a hacer ejercicio al monte, antes de que cantara el gallo. Y es que Belén, tras multiplicar los panes en su dieta hipercalórica, se había puesto como una auténtica vaca. Ya en casa, negó tres veces haberse comido todas las rosquillas del desayuno. Sólo quedaba pan y vino en la despensa. Un beso de despedida, entregó a cada uno de camino al trabajo. Ella pasaría por el supermercado, a la vuelta, pues tenía que comprar para doce: celebraban la última cena del año. Belén pasó por el calvario de cocinar durante horas y sacrificó la comodidad, poniéndose sus tacones de aguja y esa bendita faja que obraba milagros en su figura. Fue un martirio escuchar las bravuconadas de los amigotes de Jesús toda la noche.<<¡Feliz año nuevo!, se desearon>>. La despedida tuvo lugar en el portal de Belén y Jesús, tras el cotillón. A la mañana siguiente, el canto del gallo halló a la pareja entre las sábanas: hoy perdonarían el ascenso al monte de los olivos. La causa de no hacer su ejercicio matutino fue la resaca. Una resaca tal, que hasta podría resucitar a un muerto. 

viernes, 10 de abril de 2020

¡HOY CUELGO EL DELANTAL!



Mi frigorífico dejó de enfriar hace un buen rato, rompiendo el hielo y a mi plancha menopáusica se le acabaron los sofocos; ahora la raya de mi pantalón luce torcida. A las bombillas halógenas les huele el aliento, y los interruptores me presionan para apagarlas. La lámpara de pie está coja y las de noche madrugan mucho. La lavadora no traga al detergente, ni siquiera al simpatiquísimo Mimosín. Y su cabeza siempre anda dando vueltas a lo mismo: el dichoso tambor, que se pasa de revoluciones. Sin ir más lejos, ayer empezó una en el cuarto de la ropa, junto con la secadora: la revolución de la colada roja. Y tengo la ropa tendida cara al sol, y las falanges desgastadas de tanto frotar: el horno no está para bollos. El móvil, en su línea, ondea quieto y callado. Últimamente le falla la memoria, podría tratarse de un mega alzheimer. Mi equipo de música está en el banquillo, justo al lado del sillón orejero donde paso el tiempo muerto.
He iniciado una huelga para reivindicar mis derechos de uso. Ante esta guerra sin cuartel que es mi casa, he reunido todas las garantías de compra, y ahora mismo voy a la superficie comercial a ejecutar el cambio, sin bajar la guardia.
Subo al ascensor; no funciona. La contienda debe ser global, pues tampoco se encienden las luces de las escaleras.
Decido volver a la cama. Saco el pañuelo blanco del cuello y lo agito sobre mi cabeza, atrincherada en la almohada: ¡ME RINDO!
Esa misma noche soñaré con la película "Tiempos modernos", de Charles Chaplín (el obrero contra la máquina). Me gustaría hacer una versión actualizada de la misma, creando así un nuevo género de cine: el de ciencia real ficción. 

viernes, 3 de abril de 2020

Destino Paraíso


Emma leía un libro que había cogido de la biblioteca. Al pasar la página trece, una postal apareció entre las letras entonces desplegadas.
Me gustan estas sorpresas que deparan los libros prestados...
Bueno, pues como te iba diciendo, la tarjeta mostraba una playa paradisíaca como la que aquí podéis ver. La imagen removió en Emma dulces sueños del poso del recuerdo, e hizo volar su senil imaginación.
Y me diréis: ¿Acaso tiene edad la imaginación?... tenéis razón, la imaginación está libre del paso del tiempo.
A lo que íbamos, aquel viaje con Fran, su esposo, bailó entre pensamientos agradables y emotivas sensaciones, que poblaron su mente al recordar aquellos días pretéritos. Apartó bruscamente la vista. Se arrepentía de no haber viajado más, de no haber gastado las huellas de sus pies recorriendo el mundo. Ahora, los arrastraba cansados: de la cocina al salón, del salón al dormitorio... Arañando el suelo con un tedio y una rutina callosos. La pobre mujer veía su futuro extinguirse, alargarse en una realidad sin tiempo. Una lágrima cayó del ojo derecho de Emma sobre las gafas de vista cansada, emborronando su visión de cerca. Se sentía lejos, muy lejos.
Entonces oyó una voz desde el fondo del pasillo, como un eco a su llanto, una especie de respuesta de ultratumba: "¿Vienes a la cama, Emma?". 
Hasta aquí todo normal. Pero no me ataquéis de aburrida, pues... A la mañana siguiente, como cada mañana, su hija subiría a echarle una mano con las tareas domésticas. Y le extrañaría ver encendida la luz del salón; temiendo que fuera la señal de un cerebro cansado, de esos que borran la noción de la realidad y confunde al hijo con el vecino, gritándote que estás tonta. En el recibidor, una gota de sangre le hizo pensar que quizás se trataba de algo más grave. Y un sabor áspero y amargo desgarró en forma de grito su garganta, al ver las venas cortadas en las muñecas de Emma. Una vieja postal de alguna playa lejana le llamó la atención, pues estaba firmada con su sangrienta huella dactilar. 
Y la cosa se pone interesante, porque al pasar la vista por las trémulas letras, se le abrieron los ojos como platos, quedándole desencajada la mandíbula. ¡No podía ser cierto!. La última voluntad de la vieja pedía ser enterrada en la playa que aparecía en la postal. Nadie supo nunca de qué playa se trataba.