viernes, 27 de marzo de 2020

Compulsiones de un TOC



"Trastorno obsesivo compulsivo": había dictaminado su psiquiatra.
Manuel limpiaba sobre limpio, desgastaba los muebles de tanto pasar la bayeta, y usaba guantes hasta para cortarse las uñas. Revisaba la llave del gas cada cinco minutos de reloj, cronometrados. Siempre que salía, volvía cien veces sobre sus pasos, para comprobar que había cerrado la puerta de su casa; por eso llegaba tarde a todos lados, a pesar de poseer un deseo de puntualidad exacerbado. Acostumbraba a doblar su ropa del revés, y llevaba un número más de zapato. Tenía una curiosa forma de leer los libros: todos los empezaba por la página seis, leyendo sólo las hojas pares.
Pero no era supersticioso, todo lo contrario: buscaba, con afán, escaleras para pasar por debajo... las tijeras las dejaba siempre abiertas y tenía un gato negro a propósito.
Su vida resultaba peculiar: Soltero, sin hijos y sin trabajo (tenía una pensión no contributiva).
Nunca tuvo deseos de viajar, de hecho nunca salió de su ciudad natal.
Y sólo tenía un amigo: el invisible.
Pero llegó el día en que Manuel se enamoró, de una tal Margarita. Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere... de esta guisa deshojaba cada flor que se le cruzaba por el camino. Margarita le quiso, ya sin pétalos, tras el largo plantón. El idilio no duró mucho; lo que tarda en marchitarse una flor cortada.
Por eso no es de extrañar que una mañana su asistenta se lo encontrara colgando de la lámpara de su habitación. En la mesita de noche había un tarro de Prozac, vacío. Y el gas se escapaba por la estufa de butano. Vio la asistenta, con gran disgusto, que la sangre manaba de sus venas cortadas, manchando la alfombra.
 -¡Genio y figura hasta la sepultura!- exclamó. 
Resulta curioso ver que en su tumba siempre hay margaritas frescas...

jueves, 19 de marzo de 2020

La historia terminable



Supongamos un hombre estrafalario y estrambótico de mediana edad, o un joven ejecutivo, lo mismo da. Supongamos un tres de Febrero de un año tal que no podamos recordar; en una estación de tren, en el aeropuerto o en un muelle de donde va a partir el susodicho. En la mano izquierda lleva un maletín de piel cuarteada. En el maletín, el manuscrito de una novela a medio terminar. Supongamos que es banquero, o quizá médico. No, tiene toda la pinta de poeta. No importa. El protagonista entrega el maletín a una mujer. Hay muchos personajes secundarios; todos ellos tienen una función en la historia, ya sea para ambientar o bien para interactuar con la mujer y robarle el maletín. Este último, un pícaro que vive de la mendicidad y que sueña haber robado un maletín lleno de billetes de cincuenta, golpea en su huida a un tercero que grita: ¡Al ladrón! ¡Al ladrón!. Y escapa... ¿Cómo?,¿Olvidé al policía?, ya me dijo el profesor que debía hilar más fina la trama. Pero el desenlace, ése sí que lo tengo bien atado: publican la novela del protagonista y se convierte en un bestseller. Y es que yo nunca escribo sobre perdedores, no me sale.
¡Anda!, ¡Ya son las siete menos cuarto!, se me va a hacer tarde- digo en voz alta. Y dicho ésto (muy necesario para denotar prisa), cojo mi gabán y mi maleta de piel cuarteada. En su interior llevo el manuscrito de mi última novela aún sin acabar, y algunos poemas. Y hasta aquí mi historia de hoy, ya la terminaré en otro momento. Y como bien sabéis... yo nunca escribo sobre perdedores, no me sale.

viernes, 13 de marzo de 2020

La línea de la vida



Para que os hagáis una idea acerca de Rigoberta: Tira lentejas a los recién casados, para despedir el año toma doce arándanos y todos los días cocina pizza vegana, que es la base de su alimentación. Tiene mala leche, y peor ánimo. ¡Os animo a que la conozcáis! Cualquiera se siente afortunado a su lado pues, aunque digan que las comparaciones son odiosas, siempre será mas peor o menos mejor que tú, la mires por donde la mires. Paupérrima adinerada, lesbiana misógina, adúltera asexual, camionera de profesión. En su tiempo libre vuela drones.
 Pues bien, un magnífico día, en la feria de atracciones, subió al tiovivo para matar el gusanillo, tuvo siniestro total en los coches de choque y se compró un algodón de sacarina. Atraída por el "Siempre toca. Si no un pito, una pelota" de la tómbola, compró diez boletos. Y le tocó detrás la bruja analfabeta que leía la buenaventura. ¡Maldición!, la meiga se llevó el premio. Y le estrechó las líneas de la mano, estrangulando así su porvenir. -Conocerás al hombre de tu vida el día de tu muerte- le dijo la adivina. -Lagarto, lagarto- contestó Rigoberta. Y se fueron de copas, tan amigas.
El amanecer las encontraría embriagadas de placer, enlazando sus destinos con aires de boda.  Rigoberta se embarazaría por inseminación artificial, para formar así una familia. Pero el día del nacimiento de su único hijo varón, moriría de parto. Aquí queda cumplida la profecía.
Mas nadie sabe, ni yo misma, el final de esta historia. Por más que intento leer en las líneas de mi mano, en el vuelo de las aves, en los posos del café... no logro adivinar cómo acaba.

viernes, 6 de marzo de 2020

El complemento perfecto


Llegó Enero rebajado. Las tiendas harían su Agosto, pues nadie puede resistirse a las mitades de precio, y Ruth la que menos. Haría suyo el sombrero... Pero, al entrar en la tienda, el corazón le dio un vuelco: ¡no llevaba descuento!. Es un básico- le dijo la dependienta- y los básicos nunca llevan rebaja. No costaba mucho, podía pagarlo, aún así, salió de la tienda sin él. -¡Es un básico, es un básico!- murmuraba entre dientes, frunciendo el ceño y poniendo los ojos en blanco. ¡Quería ese sombrero y lo quería rebajado!. En su casa, con el disgusto a cuestas, se encerró en su habitación sin cenar. Abrió el portátil para leer el correo; no había tanta publicidad como otras veces, lo que le hizo rabiar todavía más. Se dispuso a desahogarse con su mejor amiga, por facebook. Y en eso que, clickeando, no sabemos muy bien cómo, entró en un portal de ropa de segunda mano. Se puso a curiosear y... casi le da un ataque de alegría: Allí estaba, el sombrero,¡una ganga!. Apretó el botón de compra. Ya satisfecha se dispuso a acostarse. Se puso el pijama que compró en el black Friday y se lavó los dientes con la pasta de dos por uno.
Pero no escatimó en suenos. Todo lo ahorrado por el día lo gastaba por la noche: caviar, joyas, yates... Dormía a lo grande. Hasta que un día no despertó.
Todas sus baratijas se llevaron a un mercadillo de segunda mano; así constaba en su testamento.
El sombrero pasó a manos de un coleccionista. Ahora, rescatado, vive entre sombreros de todas las épocas y estilos, que sobre maniquíes de cera, relatan la historia de esa prenda en desuso. Sus compañeros los admiran, pues a pesar de ser barato, luce bonito. 
Y todas las noches se oye el arrastrar de unos pies por el museo de sombreros. Dicen que es el espíritu de Ruth, que vendió su alma al diablo por cuatro duros.