Andaba yo tranquilo por la calle, en eso que me encontré con mi mejor amigo, Elías. Iba cabizbajo y taciturno (más tarde me contaría que acababa de ver en una esquela el nombre de un amigo en común). Le pregunte que adonde iba y le acompañé hasta la biblioteca. En la puerta había un cartel; Cerrado por defunción. Yo creía que sólo las cenizas de papel podían causar su cierre, pero me equivocaba. Cómo soy un ratón de biblioteca me colé por el agujerito y lo que vi me aterró: el cadáver del bibliotecario sepultado bajo una montaña de libros. Era él. Nuestro amigo. De Elías y mío. Estaba putrefacto y mohoso. De aquel agujerito no pude volver a salir.
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