jueves, 10 de septiembre de 2020

Más de diez dedos de frente

 


Era tan cabezón que a la fuerza no le venía ningún sombrero. Antes pasaba un camello por el ojo de una aguja, que su cabeza por el cuello de un jersey. Su parto, como es natural, fue por cesárea. A su madre le dieron tantos puntos que parecía un carnet de conducir. Nació con los ojos como platos, y no pudo sostener su cabeza erguida hasta los cinco años. En el recreo del colegio, los días de mucho sol, le hacía sombra a sus compañeros. Su boca era tan grande que cuando se le cayeron los dientes de leche, el Ratoncito Pérez se cogió la baja. En su juventud, eran necesarias más de una chica juntas para traerlo de cabeza. Y de tantos granos, su cara parecía un paellero. Sus gafas graduadas eran de bucear, porque se las adaptaba con la goma, pues no había moldura que se amoldara a su rostro. El peluquero le cobraba el doble. El fotógrafo le tenía que sacar las fotos de carnet desde muy lejos, para poder pillarle toda la cara. En el cine le obligaban a sentarse en la última fila. Y, para colmo, se tuvo que comprar un coche descapotable (para poder meter la cabeza) y una almohada XXL.
Cuando tuvo hijos, se convirtió en un cabeza de familia ejemplar. Si tenía problemas, no alcanzaba a darle ni una sola vuelta a la cabeza.
Un mal día, dio una cabezada al volante, y tuvo un accidente aparatoso: se partió la crisma. En el hospital, le hicieron un electroencefalograma y provocó un apagón general. Sus lagunas de memoria parecían océanos y sufría fuertes migrañas.
Con el tiempo perdió la cabeza; pero no resultó fácil, pues hacía ésta mucho bulto. Su mujer encontró antes la aguja en un pajar ajeno: se revolcó con el vecino en su granero. Y, ¡ojo! la empotró contra la viga mientras le daba una paja.
El marido derramó muchas lágrimas, muriendo de un derrame cerebral.
Ella se sentía feliz, pues, tras enterrar a su marido, por fin levantaba cabeza.
La viuda alegre se casó en segundas nupcias con el granjero, que no tenía ni dos dedos de frente y, por eso, la volvía loca.
Dicen que con los años ella se tornó cabezona...

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