jueves, 16 de julio de 2020

SIGLO LXI


<<Ha llamado usted al teléfono de la esperanza, ¿En qué puedo ayudarle?>>, dijo el contestador automático. Corría el año 6001, y ya por entonces la inteligencia artificial había conquistado la tierra, dominando todas las fuerzas de la naturaleza. Atrás, muy lejos, quedaba el asistente de Google, como  un mero juego de niños. 
- He perdido todas las esperanzas- dijo el humano Z-P1.
- Ha llamado usted al sitio correcto. ¿Por dónde las perdió?- preguntó el ente.
- Por el área de la salud, me han detectado un cáncer con metástasis.
- Bien, le paso con el especialista en tecnoterapia. No se retire del teléfono, por favor.
Tras una larga espera, el teléfono volvió a vibrar.
- Buenas, al habla el médico especialista en oncología. He consultado su historial. Le conectaremos al sistema de tecnoterapia el próximo lunes a las ocho de la mañana. Le rogamos puntualidad.
Pero esa voz que hablaba... ¡era la misma de antes! E idéntica a la del GPS del coche, a la del asistente de voz, a la del peso de la farmacia, a la que te recuerda que cierres la puerta después de entrar... y así podría estar hasta mañana. Esa voz de personalidad múltiple parecía no esconder a nadie detrás; y en realidad así era. 
Z-P1 cuestionaba el sistema, que con ese restringido registro vocal conseguía desorientarle. Además, no entendía muy bien la función de los humanos en una sociedad digitalizada hasta el límite, en una sociedad donde todo era tecnología... ¡salvo ellos!
La teoría conspiratoria circuló por su red neuronal, de nuevo. Así que llamó a su psiquiatra. Pero a la voz de "¿Dígame?", Z-P1 le colgó el teléfono. <<Otra vez la maldita voz artificial>>, pensó. Y, acto seguido, del dispensador de medicinas de su habitación cayó una olanzapina y medio haloperidol. Los ingirió sin necesidad de agua.
<<¿Qué sentido tendría aquel dispensador si no existiera la enfermedad humana? O un robot de cocina sin el apetito del hombre... y así con todo>>, le tranquilizó la voz de su cabeza. Pero estaba tan familiarizado con ella, que no se dio cuenta de que ya no era lo que se dice una voz humana. 
Y es que, le habían implantado células neuronales de inteligencia artificial a través del torrente sanguíneo: Z-P1 era una cobaya humana. Con este adelanto, las "nuevas tecnologías" (se habían quedado con este apodo ya desde el siglo XX) acababan de dar un paso de gigante en el área de humanología. Su objetivo era llegar al cerebro y, así, dominar al subconsciente colectivo. De esta manera se convertirían en Dios.
Z-P1 salió a la calle a tomar un poco el fresco.
<<Su tabaco, gracias>>, le dijo la máquina expendedora. Y él, cogiendo la cajetilla, le contó la historia de su cáncer de pulmón y de las esperanzas que tenía depositadas en la tecnoterapia.
Pero entonces, pasó un dron de vigilancia social, y Z-P1 cortó inmediatamente la "conversación" con la máquina de tabaco. La última vez que le vieron hablando en la calle con el ordenador de tráfico, unos robots de blanco se lo llevaron esposado al tecnopsiquiátrico.
Corría el año 6001, y apenas quedaban un centenar de habitantes humanos en la tierra, repartidos por todo el globo. El aislamiento que esto suponía había comenzado a hacer mella en la salud mental de Z-P1
Los entes electrónicos estaban sobre aviso. No se podían permitir el lujo de perder ni a uno solo de los escasos seres de estructura biológica, pues éstos eran su último vínculo físico con el origen de la vida: el único puente hacia lo que llamamos alma. Pero Z-P1 había vendido la suya al diablo. Éste también quería ser Dios. Me pregunto quién ganará la partida. 

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