viernes, 22 de mayo de 2020

Confesiones de una pecadora


En esa sutil frontera que separa la infancia de la adolescencia, nosotras ya entrábamos en la discoteca. Nos colábamos sin pagar (y sin enseñar el carnet), porque teníamos amistad con el portero. Bajando unas escaleras sucias de vicio y con luces de neón, entrábamos al Edén.
No recuerdo la música que pinchara el disc-jockey, nunca le presté mucha atención; tampoco si bailábamos o no. Sólo sé que me asustaban la ginebra y el tabaco, y a mis amigas no. Una de ellas, la más promiscua, se escondía en la cabina del disc-jockey y jugaban a juegos prohibidos. Yo, en mi inocencia, me preguntaba a qué sabrían los besos. Del fondo, de detrás de unas cortinas, surgían algunas parejas, que dejaban atrás un reservado de oscuridad misteriosa que aún no me provocaba morbo.
Pero llegó el día en que el portero nos prohibió la entrada; <<se ha puesto dura la ley, se excusó>>. Quizás tuviera algo que ver que mi amiga había "cortado" con el disc-jockey.
No eché de menos las tardes de discoteca, tan aburridas, sin golosinas ni juegos, hasta que me llegó la edad del pavo. Ahora, con la menopausia pisándome los talones, recuerdo mis días de drogas, sexo y rock and roll.
No me arrepiento de nada de lo que hice; o tal vez si. Fueron años desenfrenados a los que la madurez puso freno. Tras ellos, días de facturas y letras de hipoteca me bajaron a la tierra. Pero prefiero ser fruta madura, a pesar de todo.
Hoy pasé ante la persiana echada del Edén; son otros tiempos. No he podido evitar preguntarme: ¿Dónde echan a perder su inocencia los niños de hoy en día? Claro está, que la inocencia de ahora está hecha de otra pasta. <<Quizás tengan algo que ver las nuevas tecnologías...>>. ¡Qué manía tienen algunos de echar la culpa de todo a los "aparatitos"!. Yo me decanto a favor del progreso caiga quien caiga. Es la lucha por la supervivencia en una era digital, y nuestros hijos son el futuro.

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