viernes, 8 de mayo de 2020

El pequeño comercio


La vieja bajó a la tienda de ultramarinos, vestida con su traje azul marino ultramoderno; pues es una anciana Ye Yé.  Al entrar, ve que la cajera está más frita que una papa. Y es que la dueña le obliga a madrugar para reponer los huevos de las gallinas, así que, se levanta antes que cante el gallo. 
Últimamente, la caja registradora sólo registra telarañas. Hace días que la cinta transportadora corre desnuda, sin cesar, y que el sensor de movimiento, en la puerta corredera, anda parado. Para colmo, en el parking no hay más coche que el de la basura; está vaciando el contenedor que contiene danones caducados, leche agria y algo así como una balsa de aceite. En la sección de congelados, el pulpo ha cobrado vida; pero la cajera aún no ha cobrado el último mes. Los embutidos están amontonados en la cámara frigorífica: los salchichones se dan coscorrones contra la pared y los chorizos de Cantimpalo roban espacio a los quesos curados, que enferman cada día por falta de higiene. Las únicas patatas son las de los calcetines y en la trastienda se podrían criar champiñones. En el bote de propinas sólo hay unas cuantas pesetas y el cristal del escaparate se ha vuelto traslúcido.
Hay un cartel que reza: "Se traspasa". Pero nadie traspasa la puerta, salvo la vieja. A ésta le gustan el moho, el pan duro y las papas blandas. La noche de antes, pone los frutos secos en remojo. Y nunca conduce el carro de la compra, pues según ella tendría que sacarse el carnet. En su lugar, usa una cesta de mimbre. 
Esta vez, la llenó de latas de conserva (conserva muchas, intactas, en la despensa) y pagó con un billete de doscientos. Pero la cajera no tiene cambio, y lo apunta en la lista de la vieja, que ya suma ciento cincuenta euros (¡sólo faltan cincuenta para cobrar el billete!).
Al salir la vieja, a la dueña le entra la mala leche y a la cajera, sueño. Es un negocio de mala muerte que se llevará a la tumba, una pesadilla. Sólo entonces la cajera quedará libre y podrá ser una cajera de verdad, empleada del Mercadona, y ya no volverá a reponer huevos ni a dormirse en su puesto de trabajo.
Y es que las tiendas de ultramarinos tienen los días contados, por mucho que nos digan que compremos en el pequeño comercio.

2 comentarios:

  1. Es un relato muy gráfico, puedes casi olerlo. Eso sí te deja una sensación de tristeza. Y es que es muy triste ver como muere el pequeño comercio. Te felicito! Un saludo

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  2. La verdad es que sí, es una pena. Gracias por tu comentario!!!

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